"Mil soles espléndidos", de KHALED HOSSEINI

Produjo un impacto tan fuerte en nuestro club de literatura “Cometas en el cielo”, que decidimos comprarnos “Mil soles espléndidos” durante el verano para poner en común nuestras impresiones en otoño, de modo que lo hemos leído dos veces para refrescar la memoria e ir a la par todas juntas.
La novela transcurre bajo el mismo telón de fondo: Afganistán, desde finales de los años sesenta hasta nuestra década, el autor subraya las fechas para que no caigamos en el error de creer que lo que ocurre dentro de Kabul corresponde a un tiempo pasado y remoto desvinculado del nuestro.

Si en “Cometas en el cielo” escogía la mirada de la infancia y su vulnerabilidad para dirigirlas hacia nuestro interior como dardos, en “Mil soles espléndidos”, Khaled Hosseini. lo hace desde la mujer y su mundo clausurado, para denunciar la mutilación, por la fuerza, de capacidades y talentos femeninos, para denunciar a gritos la injusticia, la crueldad institucionalizada, la maldad cerril, la involución, el atraso. Khaled Hosseini es un afgano que llora desde otro continente por su país.
Ha sido impresionante para mí estar atenta a lo que mis compañeras decían no sólo con la palabra, las manos iban constantemente hacia el centro de su pecho y de sus gargantas al expresar el dolor y la rabia que sentían por cómo se les robaba impunemente la infancia, la felicidad y el porvenir a estas dos mujeres, los dedos se les crispaban mientras le ponían alas a ese ¿POR QUÉ? Indignado, intentando dirigirlo hacia las instituciones europeas y mundiales que se supone que nos hermanan, hacia esos hombres y mujeres que pagamos entre todos para que den respuestas a vergüenzas innombrables como las que refleja el libro.
Donde no llegan a veces los medios de comunicación llega la literatura, constantemente nos hemos salido de las páginas para visitar las tierras de ese país en otro tiempo próspero y hoy devastado, buscando en libros o en internet las razones de su destrozo y dando un respingo para atender con todos los sentidos desde que lo hemos leído las noticias que nos vienen de allí; hemos indagado de corazón y exprimiéndonos como limones para hallar las posibles soluciones a esta terrible inquisición que se ceba sobre sus habitantes con especial saña hacia sus mujeres, para tratar de comprender lo incomprensible.

Os transcribo una de sus páginas. No tiene desperdicio. Vamos a escuchar la voz de la Sharia gracias al potente altavoz que nos pone Khaled Hosseini, para que oigamos con nitidez el bramido de los talibanes:

Nuestro watan se conocerá a partir de ahora como Emirato Islámico de Afganistán. Estas son las leyes que nosotros aplicaremos y vosotros obedeceréis:
Todos los ciudadanos deben rezar cinco veces al día. Si os encuentran haciendo otra cosa a la hora de rezar, seréis azotados.
Todos los hombres se dejarán crecer la barba. La longitud correcta es de al menos un puño por debajo del mentón. Quien no lo acate será azotado. Todos los niños llevarán turbante. Los niños de uno a seis años llevarán turbantes negros, los mayores lo llevarán blanco. Todos los niños deberán vestir ropa islámica. El cuello de la camisa se llevará abotonado.
Se prohíbe cantar.
Se prohíbe bailar.
Se prohíben los juegos de naipes, el ajedrez, los juegos de azar y las cometas.
Se prohíbe escribir libros, ver películas y pintar cuadros.
Si tenéis periquitos seréis azotados, a los pájaros se les dará muerte.
Si robáis se os cortará la mano por la muñeca. Si volvéis a robar se os cortará un pie.
Si no sois musulmanes no podéis practicar vuestra religión donde puedan veros los musulmanes. Si lo hacéis seréis azotados y encarcelados. Si os descubren tratando de convertir a un musulmán a vuestra fe, seréis ejecutados.
Atención, mujeres:
Permaneceréis en vuestras casas. No es decente que las mujeres vaguen por las calles. Si salís deberéis ir acompañadas de un mahram, un pariente masculino. Si os descubren solas en la calle, seréis azotadas y enviadas a casa.
No mostraréis el rostro bajo ninguna circunstancia. Iréis cubiertas con el burka cuando salgáis a la calle. Si no lo hacéis seréis azotadas.
Se prohíben los cosméticos.
Se prohíben las joyas.
No llevaréis ropa seductora.
No hablaréis a menos que os dirijan la palabra.
No miraréis a los hombres a los ojos.
No reiréis en público. Si lo hacéis seréis azotadas
No os pintaréis la uñas, si lo hacéis se os cortará un dedo.
Se prohíbe a las niñas asistir a la escuela. Todas las escuelas para niñas quedan clausuradas.
Se prohíbe trabajar a las mujeres.
Si os hallan culpables de adulterio seréis lapidadas.
Escuchad. Escuchad atentamente. Obedeced.
Alá-u-akbar."

No necesito añadir nada, esta aberración se explica por sí misma. Sólo voy a contraponer la imagen de la doctora cirujana que tiene que mirar a la puerta para levantarse el burka con miedo de ser descubierta mientras intenta suturar. Tampoco os voy a hablar de las protagonistas Marian y Laila que en su propia cárcel doméstica sufren los abusos de un psicópata consentido por cualquiera de los regímenes que han pasado por Afganitán, porque minimizaría su gran valor y quiero que las conozcáis para que se os entrañen como se nos han entrañado a nosotras.
Sobra decir que en las sesiones del club, nos esforzábamos por no caer en la tentación de generalizar, flaco favor hacen estos “iluminados con su cruzada” a los hombres de bien practicantes de su fe musulmana que viven entre nosotros sin tergiversar sus sagradas escrituras, o practicantes de cualquier otra fe o de ninguna, buena losa les ha caído encima para que paguen justos por pecadores. También insistimos en que no estableciéramos una frontera entre ellas y nosotras porque no la hay, y sobre todo era muy importante alcanzar la empatía y no la comparación que nos hiciera sentir que nuestra situación es mejor que la suya, se trataba de pensar y creer que lo que les pasa nos pasa, y por una vez experimentar la globalidad en su verdadero significado porque nos vertebra como seres sociales cuya individualidad no se queda sin representación. Sólo hay un mundo, no dos ni tres, ni primero ni segundo ni tercero, ni uno libre y otro que no lo es y todo, absolutamente todo nos repercute.

El libro se ocupa muy bien de diferenciar tanto las etapas de progreso en las que las calles de Kabul rebosaban de pluralidad y las mujeres de rostro descubierto poblaban las universidades como las de retroceso. También insiste en que quede claro que no todos los hombres afganos son iguales. La novela la protagonizan hombres abyectos como Rashid, cobardes como Yalil, y nobles y valerosos como el ulema Faizulá, como Babi el padre de Laila, como el director del orfanato y como Tariq el gran amor de la joven, así que el contraste está servido. Tampoco las mujeres de la novela son iguales, las madres de las dos protagonistas principales por ejemplo transmiten mensajes bastante discutibles, la madre de Tariq sin embargo ofrece el contrario. Pero sobre todo, "Mil soles espléndidos", se ocupa de denunciar la cobardía de un Estado que no defiende a su población femenina haciéndose cómplice de maltratadores y asesinos de mujeres sitiadas y secuestradas en sus propios domicilios con los derechos y el respeto pisoteados.
En nuestro club de literatura hablamos de tantas y tantas cosas que la novela suscitaba que al llegar al final teníamos la sensación de que habían transcurrido en tiempo real todos los años desde que Yalil, el padre de Mariam iba a visitarla al kolba de adobe y paja -en el que las recluyó, a ella y a su madre, como un desliz vergonzoso y sin cabida en su clase social- hasta que Mariam sube al cadalso.

Hablamos de la orfandad sin que los progenitores hayan muerto, por desgracias ajenas a ellas Mariam y Laila tienen como factor común el haber sufrido el descuido de sus madres, (tal vez es una constante en el autor que también se traslucía en “Cometas en el cielo” con la ausencia de la madre y la lejanía del padre). Hosseini no se conforma con mostrar los hechos, busca el germen porque si no se encuentra no servirá de nada que los conflictos bélicos se aborten, volverá a brotar la semilla que los produce, por ello el escritor nos detalla la forma que tiene de crecer y parasitar la enredadera asfixiante de la violencia machista que comienza por la manipulación interesada, primero los regalos, ahí juega un poco con el lector que por un instante llega a creer que Rashid es un buen hombre paciente con una esposa joven e inexperta, hasta que lo desenmascara: ‘después del regalo va el burka, más adelante te voy moldeando a mi gusto, te doy las indicaciones para ser complacido en las comidas, te alabo sólo lo suficiente para que busques mi aprobación, y para cuando acabe la doma ya habrá quedado claro a quien sirves y quien es tu amo y señor, hasta que llegan las quejas volubles y termino haciéndote comer piedras para que entiendas que el arroz está duro… y que mío es el poder dentro de esta casa sin testigos, aunque afuera sea un patán para ti soy un dios’. Para entonces –el día en el que Rashid le hizo perder las muelas por masticar piedras- Mariam había abortado siete veces el ansiado hijo varón, así que la mula de carga estéril ya no tenía gracia, no servía, no cumplía su función. En “Cometas en el cielo” vimos por contraste una extraordinaria adopción que casi le cuesta la vida al protagonista, (creo que es interesante que vayamos anotando los enlaces de la obra de un autor, las inquietudes que se repiten en sus temas y como los libros albergan complicidades para sentirse unidos y hablar entre sí: uno de los talibanes de “Mil soles espléndidos” es tuerto, en “Cometas en el cielo”, el pequeño hazara como un David le salta un ojo con su tirachinas a su Goliat violador, supongo que el fundamentalista es el mismo en ambos libros) como os decía, al autor le preocupa que se conozca cómo emerge la violencia de género para que sepamos identificarla y así tal vez poder pararla: en la página 100 leemos: “Mariam sabía perfectamente lo mucho que podía soportar una mujer cuando tenía miedo y ella lo tenía. Vivía con el temor a los cambiantes estados de ánimo de su marido, su temperamento imprevisible su insistencia en llevar las conversaciones más triviales al terreno de la confrontación (…) Ahora temía el momento en el que Rashid volvía a casa por la tarde. Temía el ruido de la llave en la cerradura, el chirrido de la puerta; eran sonidos que aceleraban su corazón…

Como ya dije en la entrada de su libro anterior, Khaled Hosseini en la vida real además de escritor es médico, muchas compañeras señalaron que se notaba y es cierto, enaltece la profesión.
T. expresó que por su modo de escribir y por sus dedicatorias debía de querer mucho a su esposa y que resultaría extraordinario ser amada así, nos sonreímos porque en otras ocasiones nos han enamorado los personajes, J. aún recuerda con deseo platónico a Juvenal Rodriguez uno de los protagonistas que creó Gabriel García Márquez en “El amor en los tiempos del cólera”, pero paradójicamente es menos habitual que nos enamoremos de los autores.
En fin, distensiones aparte lo cierto es que esta novela de gran público ha conseguido con creces las intenciones del autor: la toma de conciencia, y más de una vamos a regalarla esta navidad porque la consideramos de obligada lectura.
En cuanto a la parte artística gustó muchísimo en general aunque alguna de las voces se quejó del último tramo que en su opinión está más desnudo, ella consideró que el autor había precipitado el desenlace y le daba lástima porque representa la esperanza si no para el país al menos sí para Laila que al final será docente como su padre, y gracias al sacrificio de Mariam podrá vivir con dignidad. A mi amiga le habría gustado que dicha parte tuviese el mismo peso, desarrollo y equilibrio que las precedentes. E. observó que tal vez el autor para ganarnos había utilizado recursos fáciles, sentimentales, en una palabra: formato de culebrón con telón de fondo afgano, esta compañera, amante de la historia y su rigor tiene un hijo militar que anda siempre por aquellos territorios, y sufre en la carne de su carne lo concreto de los conflictos y de vez en cuando nos da un toque de atención, para que no hablemos a la ligera sin conocer los pormenores.

En cualquier caso añado que la literatura también puede ser un arte aplicado que persiga un fin, y no creo que haya un fin más lícito que el del señor Hosseini que ayuda a todos los refugiados afganos desde su propia fundación y desde Acnur como ya os dije en la entrada de su libro anterior. Si ha sabido tocarnos la fibra por el hecho corporativo de ser mujeres y hacernos llorar desde lo privado abriendo plano para conducirnos hasta lo público sin que hayamos querido abandonar en ningún momento la dureza de sus páginas bienvenido sea y lo damos por buenísimo, hay que tener arte con mayúsculas para lograrlo sin cargar las tintas en las truculencias contándonos la atrocidad desde la nobleza del corazón de dos heroínas de lo cotidiano, mujeres de una vez a las que apenas saca del escenario de las cuatro paredes de su casa, para decirnos que desde cualquier parte se puede contar el mundo y hacerlo comprender. El arte no es ni más alto ni más bajo, simplemente busca sus vehículos para expresarse, a veces lo hace como Velázquez y otras como Van Gogh, como Picasso o como Tapies. Y aunque el libro da para miles de debates he de despedirme no sin antes remitiros a otra organización muy importante que se llama “Vuelve a sonreír” y acoge y ayuda a mujeres desfiguradas por el ácido de los despechados que no saben admitir una negativa. Os dejo con las palabras de Babi, el padre de Laila:
Porque una sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación, Laila. Ninguna posibilidad”.

Un fuerte abrazo y hasta el próximo encuentro en el que habremos leído “El secreto del orfebre” de Elia Barceló.

Pili Zori

"Los primeros segundos", de HÉCTOR ALCOLEA PÉREZ

Se estropea el ascensor de una comunidad de vecinos y este hecho les obliga a hacer acopio de comestibles, pasarán días hasta que lo arreglen, muchos de los habitantes del inmueble que apenas cruzaban unas frases manidas en el estrecho habitáculo durante el pequeño trayecto de subida o bajada se miran por vez primera con mayor detenimiento en “la tienda de abajo.” A partir de ese instante, de esos primeros segundos comienza la obligada coincidencia en cada rellano.
Ese es el espacio angosto y difícil que el autor elige para situar la mirada. Los enfoques y movimientos de sus retinas o de su imaginaria cámara se toparán con peldaños y puertas, distancias siempre cortas que sin embargo adentrarán al lector -a través del delgado haz de luz de sus mirillas- en los universos privados de cada casa: blindajes de soledades y aislamientos a los que el escritor contempla con sinceridad, respeto y comprensión profundos.

En su honestidad por mantenerse fiel a las sobrias herramientas escogidas el autor nos presenta a los protagonistas en las pequeñas ráfagas que se pueden atisbar durante unos segundos, y ahí reside el logro: los iremos conociendo a través del olor que emana de las casas, o del pequeño intervalo en el que una puerta se abre… La estela efímera del perfume de la crema corporal que exhala un bouquet de canela nos anunciará a la bella madre abandonada con una hija pequeña. El felpudo, ¿invertido?, nos señalará al muchacho que lo coloca de manera que le diga bienvenido a la calle cuando va a salir y no a su casa cuando ha de entrar, más adelante iremos comprendiendo por qué. Escucharemos el peculiar roce de unas deportivas con los talones envueltos en los bajos de unos pantalones caídos que se sujetan milagrosamente en el final del trasero de otro chaval. Nos fijaremos en el jersey de color panzaburro con manchas de otro vecino… y esa colección de primeras impresiones experimentadas en los primeros segundos irá dando paso, en dos o tres pinceladas cada vez, a explicaciones de enorme condensación y veremos con asombro cómo se puede meter toda la hondura y densidad de una vida en cuatro trazos certeros que el autor plasma con enorme eficacia. Del mismo modo en ningún momento el escritor, Héctor Alcolea Pérez, hará trampa añadiendo descripciones que el lector le agradecería, así que tendremos que acostumbrarnos sin más remedio a conocer a los personajes a través de sus monólogos interiores cada vez que se cruzan o se paran un instante a saludarse, y esperar para poder completar el dibujo, porque lo que importa es su esencia y la descripción va a ser dedicada en exclusiva a lo que habita detrás de cada piel y una vez más comprenderemos la complejidad tras las apariencias y jugaremos con la subjetividad y la conjetura, el señor de las manchas en el jersey las tiene por algún motivo que antes no sabíamos o no nos daba la gana ver porque es más sencillo juzgar con superficialidad y simpleza. Sólo así, con las distintas percepciones, incluida la nuestra, completaremos los perfiles, el escritor nos ayudará una pizquita en el esbozo con el portero al que utiliza al principio como hilo conductor para que nos haga las presentaciones y vayamos conociendo a los vecinos por orden de pisos, para ello comienza a limpiar la escalera del revés, es decir de abajo arriba, naturalmente el recurso viene a cuento: al estropearse el ascensor este personaje tiene que limpiar con más esmero porque todos van a ver la suciedad que antes no veían y también porque el trasiego al tener que subir y bajar a pie hace que se manche más, las razones de por que friega a la inversa las dejo a vuestra especulación -llegados a este punto ya habréis intuido que el autor está dando más de una lectura y más de un significado a cada conducta-, pero la ayuda del portero es la única concesión que Héctor Alcolea se hace y nos hace, ahora os explico más: No utiliza nombres. Sólo al llegar casi al final conoceremos el nombre propio del nuevo inquilino del piso décimo, hasta ese momento, o mejor dicho hasta ese segundo, no aparecerán en toda la novela. Notaremos que estamos oyendo el monólogo de otro personaje por un pequeño espacio en blanco y por algún pequeño detalle que lo define, pero siempre irá enlazado al interlocutor con el que se acaba de cruzar, y continuará por donde el anterior lo ha dejado como si de un juego de relevos se tratase y aunque casi toda la novela se desarrolla en primera persona el narrador omnisciente de vez en cuando nos echará otra mano para que podamos coser las piezas y saber tanto como él sabe.

La comunicación no verbal adquiere gran protagonismo: un pequeño gesto imperceptible, un peculiar sonido, un ligero olor a bebida en la vaharada de un aliento brevemente cercano… y es precioso ver como los pensamientos en soliloquio a menudo están formando un diálogo sin saberlo, y también sin saberlo una conversación con todos los demás miembros de la comunidad.
No sé si coincidiré con las intenciones del autor al interpretar que si no ha querido poner nombres ni singularizar ni parcelar colocando a los protagonistas en compartimentos separados, ni ha diferenciado marcadamente la voz, la personalidad y la forma de expresarse de cada personaje es precisamente porque no desea perder en ningún momento la idea de comunidad, de conjunto, para hablarnos de todo lo que nos hace creer que estamos solos en el enjambre sin estarlo, y de lo similares que somos por dentro a la hora de sentir y de la unión que formamos en el fondo. Perdón por el juego de palabras y su aparente contradicción: la de que la soledad nos una, diréis “¿En qué quedamos?, o estamos unidos o estamos solos”, pero es que ése es el quid de la cuestión: la soledad es una percepción anímica, un sentimiento, no un estado civil, y lo vemos con nitidez precisamente en esta escalera, en cuanto ha surgido la ocasión y llega el vecino nuevo de inmediato los demás se disponen a ayudarle a subir muebles en cadena hasta el décimo. En fin disculpad la simplificación, a este paso le voy a echar la culpa de las enfermedades urbanas a las empresas de ascensores y nada más lejos de mi intención.

Fuera ya de bromas y distensiones vuelvo a repetir que el contenido de la novela es de enorme complejidad y se adentra en terrenos inexplorados del alma humana poniendo palabras donde antes no las había.
No conozco al autor en persona y sé muy pocas cosas sobre él, pero sí sé una de las más importantes: que es un artista gráfico, un creativo con dominio de varios lenguajes al que imagino exprimiéndose el cerebro para conseguir la idea que concentre en muy pocos impactos el mensaje que envía, por ello, a alguien que piensa casi todo el tiempo en imágenes tengo que concederle un valor añadido por las difíciles elecciones que ha hecho: de entrada su novela es una exaltación de la palabra, es literatura purísima, su prosa poética alcanza la máxima precisión y por tanto la belleza, no el adorno –recalco- sino La Belleza que es muy distinto. Apenas tiene descripciones espaciales o físicas, hay momentos en los que se podría decir que sólo se escucha como si quisiera cegarnos y casi no se ve bajo la luz tenue de la bombilla del rellano, de ese modo lo que sí vemos en la ráfaga de los primeros segundos queda subrayado como una fosforescencia.
Sé también que Héctor es un hombre joven y ese detalle añade más valor a lo que a continuación voy a decir: Saber mirar, saber mirar dentro de los demás y comprender requiere una enorme madurez que nada tiene que ver con la edad, hay una descripción del alzheimer sin nombrarlo que sólo alguien con oído ultrasónico puede captar, y no por poética es menos verdad, da lo mismo el apellido, alzheimer, senilidad... o los estragos del tiempo, la señora ve como se asoma su marido durante unos segundos desde dentro de ese señor que ya no reconoce, y nos dice con el pensamiento que luego se va.

También hay un peligro latente entre las páginas de la novela pero el autor se encarga de acentuar que no reside dentro de esa criatura a la que el felpudo le dice bienvenido a la calle, y esa calle le regala saludos cordiales y los bollos y magdalenas de la panadería, ese chico a quien la voz que escucha en el interior de su cabeza le hace obrar bien y calmarse. No. De nuevo Héctor Alcolea desplaza la locura hacia donde verdaderamente está y la sitúa en el desprecio de la madre y en el rifle, que en la novela no se dispara, pero todos sabemos al cerrar el libro que algún día puede que sí y que los gritos de la madre serán el detonante que empuje el gatillo. Agradezco al autor la puntualización del matiz, para que cuando miremos al problema sepamos enfocar a la raíz y sobre todo me alegro de haber podido asomarme a la nobleza de su corazón sin cáscara.
La bella mujer con olor a canela a quien la mirada exterior y sucia ve con las bragas por las rodillas, sonriente y hermosa en público, no castrada ni castradora, capaz, a pesar del daño, de sentir y despertar deseo, ha sido maltratada por ello, por ser deseable, y en privado llora, codiciada como cosa y no respetada como persona vuelve a decirnos Héctor en el subliminal subrayándolo con los verticales surcos que sus femeninas lágrimas desmaquillan, y es que la alegría ajena no se perdona y si va encaramada a unos tacones que anuncian su llegada menos. La alegría necesita un ambiente de libertad para manifestarse y no puede vivir si se le corta el tallo.

En cuanto a la renovación formal, la letra diferente para distinguir las dos historias que al final se ensamblan, la diferenciación de capítulos en letra o en romano, los apartados en negrita y la inserción de los dibujos crean una composición insólita, como la de esos perfumes nuevos y concentrados, atrayentes tanto por el diseño de su frasco como por el color y sus destellos y transparencias, que cuando los destapas te llenan el olfato de notas desconocidas que te emocionan.
En este mismo blog he reiterado varias veces que el arte busca caminos y canales como un torrente tirano y que tal vez sea él, el arte, el que obligue a los autores a explorarlos y construirlos como quien se adentra en la selva a golpe de machete, o en los subterráneos urbanos con carburo, pico y pala. En este caso ha sido una escalera recorrida en sus diez tramos por un hermoso pájaro de vuelo azul que tras salir de su doméstica jaula particular decidirá quedarse en la otra más grande y comunitaria cobijado detrás de los barrotes del portal acristalado que le defiende de ese enorme patio a modo de plaza que aún lo separaría un poquito de la peligrosa jungla de asfalto con árboles repletos de pájaros pardos y autóctonos acostumbrados al frío, otras aves pequeñas como él con las que le costaría convivir y ser aceptado.

Queda claro que al arte en su capricho le gusta entregar escaleras como escenario a los autores de Guadalajara: D. Antonio Buero Vallejo también se las arregló con la historia de la suya y el eco de su hermosa obra de teatro aún se extiende por el mundo sin haber perdido ni un ápice de su denuncia y empuje, le gustaba poblar su dramaturgia de seres ciegos, sordos o mudos para convertirlos en personajes-conciencia porque paradójicamente el hecho de tener eliminado un sentido les hacía ver más, o escuchar mejor. De algún modo sé que hay una conexión no buscada entre estos dos alcarreños que han respirado el mismo aire.
En esta época nuestra en la que se consume la lectura como si fuera comida rápida y buscando la comodidad del patrón tipo “Los primeros segundos” requiere una lectura sosegada y muy atenta, así que me disculpo de antemano y en cuanto tenga tiempo, -ojalá se pudiera comprar un poco como hace algunos días leía en las palabras de un escritor inédito-, prometo releerla ya que soy consciente de que se me habrán escapado muchos de esos segundos y detalles… y que alguna de sus importantes escenas se me habrá mezclado porque he tenido que compartir su lectura con otras, pero tenía impaciencia por presentaros esta novela de voz y estilo tan personales, este precioso álbum de instantáneas cuya primera edición ha sido tímida pero a la que le deseo larga vida en las próximas, para vosotros dejo la solución a los enigmas que suscita como por ejemplo lo que simboliza y representa el enorme huevo que aparece en la isla y que atrae a personas de todas partes del país y por qué el estado lo destruye y qué significa el cangrejo… aunque no pretendo que parezcan acertijos, y os dejo por hoy que ya he ‘subjetivizado’ bastante. Como ya he comentado otras veces la experiencia con un libro es íntima y personal y cada uno de nosotros entra en él para vivirla a su manera. Pero es maravilloso tener muchas aunque sean discrepantes. Así que gracias querido Héctor por tu espléndido y hermoso corazón y por tu prosa apabullante.

Un abrazo y hasta el próximo encuentro.


Pili Zori