"AUSENCIA DE MALICIA", película de Sydney Pollack

Si alguien piensa que esta película no ha sobrevivido al paso del tiempo mal asunto, porque significaría que la falta de escrúpulos ha barrido todos los códigos deontológicos de una profesión –la de periodista- valiente cuyo fin no es interpretar la verdad según la tendencia de quien escribe sino esclarecerla para entregársela al ciudadano habiendo escuchado a todas las partes. Si parece ingenua, peor todavía, porque indicará que hemos perdido confianza en los portavoces y que ha desaparecido la figura intocable del guardián.
Este film debería proyectarse en las facultades de periodismo y en las salas de reuniones de algunas cadenas televisivas, radiofónicas y de prensa escrita – en este último caso tanto de papel como digital- al menos si consigue que alguien se sienta identificado, reprendido, señalado… y al igual que Megan, (Sally Field) incline la cabeza con vergüenza, habrá esperanza. La película recalca que para ser periodista no basta con escuchar aquí y allá y publicarlo, la verdad es algo mucho más profundo que implica el conocimiento del otro, sus razones y móviles para hacer lo que hace y decir lo que dice.
Puedes ser Michael Gallagher (Paul Newman) el hijo de un capo y resultar honrado, dicho gángster a su vez ha podido educar a ese hijo en la honestidad precisamente para que no siga sus pasos, o simplemente ese progenitor pudo ser considerado un contrabandista durante la ley seca para dejar de serlo después y entrar y salir de la legalidad, de forma aleatoria. Puedes ser católica como Teresa (Melinda Dillon) y tener un desafortunado percance que te haga ir en contra de tus principios y de los de tu familia aunque no estés fuera de la ley, y precisamente porque en ese momento duro y de encrucijada para ti un amigo te acompañó sin preguntar ni pedir explicaciones ofreciéndote incondicionalmente su lealtad sientes que debes anteponer la tuya y confesar ese secreto, ese trance amargo que supone la coartada que le salvará, y entregas la confidencia apelando a la humanidad de una “periodista” que tiene otros criterios al respecto y que le resta importancia al hecho con su vara de medir y no con la de quien está hablando, y no repara en las trágicas consecuencias que a esa fuente le acarreará el no haber respetado el off the record.

El fiscal Elliott Rosen (Bob Balaban) inventa una historia que involucra a Gallagher para que se vea obligado a delatar a los asesinos de un dirigente sindical. La irresponsabilidad de una periodista superficial y ambiciosa que muerde el anzuelo produce la pérdida del negocio de un hombre cabal, la destrucción de su prestigio y provoca el suicidio de una buena persona. El detonante despierta el deseo de venganza en Gallagher que jugando con las mismas cartas de los acusadores que querían utilizarlo para sus fines consigue dejarlos en evidencia sacando a la luz el sucio entramado. Sydney Pollack además añade con inteligencia magistral el enamoramiento antagónico para que todavía quede más claro que lo justo es justo y que en ningún caso el fin justifica los medios, tampoco lo que sientes por la otra persona debe variar tu sentido del deber.
S. Pollack, cineasta comprometido -junto a otros creadores y artistas de su generación- con la limpieza de los medios de comunicación –no en vano trabajó durante muchos años en el mundo televisivo- analizó en este film términos como “ausencia de malicia” y la buena o mala forma de utilizarlo, puntualizó sobre el “off the record”, ese derecho que las fuentes tienen a que sea respetado su anonimato y no lo inverso: que el periodista se sirva de dichas fuentes para salvaguardarse él –ahí sí que interviene la ética del profesional de la información y la de quien le paga puesto que los rumores no sirven como noticia. El director nos habló de lo que se reseña en primera plana: el titular ha de reflejar fielmente el contenido y no dar a entender sin confirmar, dejando caer la sospecha. Megan Carter se fía de una filtración y no contrasta, dice que ha llamado por teléfono a Gallagher pero que no estaba y se queda tan fresca… El cineasta nos habló de las rectificaciones posteriores que han de decir que la persona era inocente, éstas no sólo no salen en la primera plana como sí aparecieron sin embargo las acusaciones infundadas, en realidad las correcciones, las reparaciones, ni siquiera se reseñan una vez hecho el daño… El artista también estableció la diferencia que hay entre obedecer las órdenes de un fiscal de distrito o cumplir la ley, y sobre todo el largometraje nos recuerda que los políticos nunca deben hacer tratos. La película establece los límites en donde tiene que marcarlos. Me temo que en nuestro país ya hemos perdido el norte. Nunca se debe pasar por encima de las personas para obtener resultados, no sé en qué momento empezamos a olvidarlo.

Podríamos quedarnos fuera de la película como meros espectadores pasivos, pero no es eso lo que nos pidió este gran creador, y su intención no tendría efecto si no comprendiéramos que la bronca también nos alcanza cuando hablamos a la ligera de otras personas o damos crédito a las habladurías o simplemente rellenamos con la imaginación y los prejuicios la información que nos falta cotorreando a destiempo, cuando prejuzgamos in media res sin conocer el comienzo ni el final de los asuntos y sobre todo sin reparar en el daño que estamos haciendo porque amparados y diluidos en el bulto eludimos la responsabilidad, si luego alguien se enferma o se mata no vamos a pagar las consecuencias, al igual que no las paga quien provoca un incendio al arrojar una colilla encendida desde el coche sin darse siquiera cuenta de que lo ha hecho, después verá en el telediario la noticia mientras cena y dirá: ¡Ahí va!, si esta tarde he pasado por allí y no lo he visto. Al menos en mi afán de hacer mía la película ese es el efecto de compromiso que me hizo cuando la vi por vez primera y que aún conservo.
En la larga carrera de este creador de origen ucraniano que nos dejó en 2008 hay obras tan impresionantes como “Danzad, danzad malditos”, “Las aventuras de Jeremías Johnson”, “Tal como éramos”, “El jinete eléctrico”, “Tootsie”, “Memorias de África”, “Habana”, “La tapadera”, “Sabrina y sus amores”, “Caprichos del destino”… y es posible que a simple vista “Ausencia de malicia” pueda parecer una obra menor, sin embargo dentro del extraordinario legado que nos dejó considero que es la más personal y que dibuja con mayor precisión que otras el mapa de su preciosa forma de ser, de pensar y de sentir. Personas como él han sido fascinantes brújulas para mí. Querido, queridísimo Sydney, tu ilustrado y sensible estómago de maravilloso gourmet finalmente se cerró dañado por las injusticias que a lo largo de la vida no supo digerir.
En los descansos del rodaje de esta maravillosa película tengo entendido que Paul Newman y él compitieron como chefs obligando a Sally Field a ejercer de jurado.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori

"COMER, BEBER, AMAR", película de Ang Lee

Cada domingo Chu comienza desde la mañana a preparar una extraordinaria cena para celebrarla con sus tres hijas que aunque a diario conviven en la misma casa la reunión es el encuentro en el que los cuatro pueden dedicar más tiempo a estar juntos y a compartir experiencias, durante la semana los frenéticos horarios laborales no lo permiten. Al ver los preparativos elaborados con tanta destreza el espectador enseguida intuye que no está frente a un sencillo padre de familia que se esmera en cocinar la cena dominical, sino ante el gran chef Chu (Si Hung Lu) el más afamado cocinero de Taiwan. Pronto veremos cómo ha de abandonar la mesa para arreglar un desaguisado en el restaurante en el que se está sirviendo el banquete de la boda de la hija del gobernador.
Los protagonistas de la película tratan de conjugar tradición con modernidad, tan difícil de ensamblar en apariencia, finalmente conseguirán la simbiosis, engranar ambos mundos no es una cuestión sólo estética o formal que se pueda armonizar de manera ecléctica porque tiene mucho que ver con conceptos vitales colectivos a menudo en pugna con los individuales, con las líneas de pensamiento impuestas, y también con los innecesarios menosprecios al pasado, y toda esa lucha afecta a la estructura emocional y por tanto a los sentimientos. En este bello film del cineasta Ang Lee veremos cómo el campanazo del tótum revolútum finalmente lo protagonizará el padre, el espectador se ríe al comprender que había dado por inamovible su rol, el largometraje está lleno de sorpresas y de nuevo el guiño es una dulce regañina que nos obliga a no dar nada por supuesto: si alguien de edad va al médico puede que no lo haga porque se sienta enfermo sino porque desee cuidar y prolongar su salud, con frecuencia olvidamos que alguien de edad también puede tener planes.

A menudo la libertad individual está trastocada y la persona se siente incómoda consigo misma pero no sabe por qué, y hablar de ello en un contexto tan grupal como el chino o el taiwanés cobra mayor importancia, sobre todo si lo hace un artista nacido y criado allí donde la singularidad está tan diluida en lo comunitario. No me cansaré de repetir el agradecimiento a estos creadores que al convivir con dos culturas nos sirven de puente para comprenderlas, son nuestros intérpretes, traductores con corazones bilingües, con el alma repartida...
No siempre la rebeldía ha de entenderse como agresiva sino como una explosión de vida en busca de la autenticidad, y en esta historia los cuatro protagonistas son valientes para ir cambiando y para dejar que su verdadera naturaleza aflore y se exprese.
Se puede ser rabiosamente actual y sin embargo amar y realizar la antiquísima cocina de tu país que tanta historia cuenta. En cuanto al nido, el largometraje nos subraya que no sólo los vástagos pueden vaciarlo, ni sólo los jóvenes tienen la potestad de buscar futuro.
La película comienza con una gran flecha de pasajeros en moto que se dirige desde un dédalo de calles hasta sus respectivos trabajos, la imagen de velocidad y prisa ya nos habla de dicha modernidad urbana. La casa de Chu y sus tres hijas se sitúa sin embargo en un barrio más antiguo y tranquilo, el espectador recorre junto a ellos Taipei y ve las nuevas urbanizaciones de altos edificios y el supuesto progreso, también acompañará al padre cada mañana cuando practica footing, ambos paseos son un impagable regalo que nos traslada hasta allí y nos hace formar parte.
La hija menor Ning (Yu Wenwang) está empleada en un restaurante de comida rápida, el contraste con la bella cena que prepara el progenitor queda expresado sin que en ello haya ninguna comparación sino coexistencia. Ning está enamorada del novio de su mejor amiga y compañera, al escuchar que ésta le menosprecia y demuestra poco interés por su ávido pretendiente decide sincerarse con él, más tarde se debatirá entre el dilema de la traición puesto que la otra muchacha sólo se estaba haciendo la interesante, o la difícil, o de rogar como decíamos antes, finalmente confesará lo ocurrido con lealtad. El primer bombazo está servido: en una de las cenas dominicales dará la noticia: contra todo pronóstico cronológico va a ser la primera en irse de la casa.
La mediana Chien (Chien-Lien Wu) alta ejecutiva de una compañía aérea va a transmitirnos la diferencia entre el verdadero significado del triunfo y lo que los demás consideran un empleo de éxito, el verdadero logro tiene que ver más con la vocación que interiormente albergas y poder realizarla como un trabajo sin duda te haría más feliz, la forma de valorar es exterior –alguien puede resultar muy eficiente como ingeniero pero estaría más contento ejerciendo como peluquero, la escala de valores es relativa si le eliminas el elitismo- Chien tendrá por tanto que hacer un largo viaje interior para encontrarse a sí misma, curiosamente dicho periplo la conducirá hasta la casa del padre cuando pensaba que la solución consistía en salir huyendo de ella, la estafa del piso que compra, símbolo de independencia, nos hace sonreír con amargura al comprobar que la especulación y burbuja de las constructoras se comporta del mismo modo en cualquier territorio sea oriental u occidental y en toda época, una pena.
De la mayor Jen (Kuei Mei Yang) profesora de matemáticas en la universidad, la cámara ya nos muestra a través de la pequeña cruz de su cuello que es cristiana, otra rotura de esquemas para los de aquí que damos por supuesto que todos los de ojos rasgados sólo pueden ser budistas, o taoístas, pues no, nos recalca Lee sin palabras, los hay hasta mormones, además de protestantes, y de ateos como en todas partes. También contemplamos una escena en la que a través de la ventana se escucha el maullido de una gata en celo -me hizo gracia que eligiera ese símil ya que hay tanta leyenda negra con respecto a que los chinos (y por ende los taiwaneses) se comen a los gatos-, el pasaje en realidad está colocado como reflejo del deseo y sirve para trasladar los sentimientos reprimidos que Jen alberga hacia su compañero el profesor de gimnasia siempre acaballado sobre esa moto en la que se traslada lejos sin invitarla a subir, o si lo hace es para después frustrarla alegando que la dirección no le pilla de camino. Jen oculta un misterio en cuanto a un desengaño amoroso del pasado que sólo casi al final del film nos será revelado, después de abrirse ante su hermana y de saldar algunas diferencias y resentimientos y liberada del peso de su mentira se acicalará como una matahari para tomar la iniciativa y podrá partir de la casa paterna subida en esa moto y aferrada a la cintura del gimnasta en pos de su destino.
Pero los personajes detonantes son la vecina y su pequeña hija que esperan la llegada de la madre que vive en los Estados Unidos, otra extraordinaria trasgresión porque la joven abuela proveniente del “país de los progresos” es más conservadora que un samurai. Hay un detalle que pasa inadvertido a nuestro consciente pero que está perfectamente colocado en el guión: ocurre cuando a Yin Ron -la joven madre y vecina- una de las hijas de Chu le dice que el pelo corto le hace más joven y ella replica ligeramente contrariada que se lo había arreglado así para conseguir un aspecto más maduro. Ahí lo dejo.
Como vengo repitiendo todos guardan secretos. Chu sufre en silencio la gran tragedia para un artista culinario: está perdiendo el sentido del gusto. Cada domingo permanece alerta y atento a los gestos de Chien que tendrán un hermoso broche final invertido en esa misma casa y en esa misma cocina.
La mesa que a veces parece una resta, pronto se convertirá en una suma con parejas y embarazos incluidos. Como os anunciaba el desenlace es precioso: la hija mediana sirve la cena a su padre y éste emocionado le dice: “Me has devuelto el paladar”. La frase y el hecho de que ante una sopa elaborada por su hija él recupere los sabores encierran mucho iceberg de compenetración puesto que a ambos les costaba comunicarse precisamente por la admiración mutua que se tienen sin saber que poseen el mismo lenguaje común: un gran talento para la gastronomía.
En la película aparecen más de cien recetas, aunque algunas apenas se vean durante unos segundos, para todas ellas Ang Lee buscó a los mejores chefs taiwaneses, y los actores recibieron adiestramiento. El director quería que el homenaje y la exportación del sentimiento fueran enormemente dignos. Espero que la degustéis.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.

Pili Zori