TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS, película de Martin McDonagh


Aviso: No me gusta la palabra spoiler pero debo advertir que desvelaré claves importantes de la trama. Venid, si os apetece, a este rinconcito para compartir o discrepar después de ver el filme.


Maravillosa de principio a fin. El prestigioso cineasta en mi opinión ha consagrado definitivamente a los tres protagonistas ante los espectadores, y aunque el trío ya tenía largas y fulgurantes carreras por las que es de inmediato reconocible, faltaba la catapulta: al igual que a Gregory Peck se le reconocería y asociaría para siempre en la pantalla y fuera de ella tras encarnar con maestría al carismático abogado Atticus Finch en la película “Matar a un ruiseñor”, Martin McDonagh les ha regalado tres papeles inolvidables por los que el gran público podrá exclamar ¡es ella! -refiriéndose a la oscarizada Frances McDormand- ¡la protagonista de “Tres anuncios a las afueras”!, o ¡son ellos!, señalando a Woody Harrelson con el cariño que provoca un personaje tan digno de afecto, y a Sam Rockwell, en un papel evolutivo con un dificilísimo giro completamente imprevisto para alguien que los espectadores creíamos insalvable. Y no perdamos de vista a los “secundarios”, ya que -como reitero a menudo- no hay papeles pequeños y en este engranaje perfecto McDonagh ha sabido darle a cada uno de los intérpretes del elenco exclusividad en su espacio; el hijo con el cuchillo en el pescuezo del padre, ex de la madre; la jovencísima nueva compañera del progenitor, cuya ingenuidad y bondadoso carácter natural se gana hasta el respeto de la ex; el chaval responsable de la oficina de publicidad; la detestable madre del policía Dixon; la breve pero fudamental aparición de la hija asesinada; las intervenciones de los distintos representantes de los estamentos… En definitiva: el fidedigno retrato del Medio Oeste actual situado en la ciudad de Ebbing, Missouri.
McDonagh se aparta por completo de los estereotipos, de juicios y prejuicios, de correcciones e incorrecciones para mirar a las personas desde la intimidad sin falsas apariencias, y en su lugar parte de seres humanos con sus sombras y sus fantasmas y demonios a cuestas, y ahí coloca la redención, justo en lo aparentemente irredimible.
El largometraje habla de la composición interior y exterior del dolor, de las consecuencias -para cada miembro de la familia y de la comunidad- de una pérdida brutal y sin resolver; el filme expresa el resentimiento y el odio -aparentemente legítimos- que se generan cuando ocurre una desgracia de esa dimensión; pero el cineasta no se queda ahí, da una vuelta de tuerca y extrae desde lo patético la dignidad; otra más y nos muestra los remordimientos que habitan en el corazón de una madre cuya hija ha sido asesinada y violada mientras moría -así reza uno de los carteles- pero ese día habían discutido y lo vaticinado se produjo. El director lleva a la protagonista hasta el último extremo para que la frase de la joven que convive ahora con su ex cobre sentido: “la ira engendra ira”, y esos cócteles molotov caseros lanzados contra una comisaría, que la madre coraje y sola frente a todos, creía deshabitada, también representan -en mi opinión- el sentido del lema cristiano “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El logro de McDonagh es enseñar el peligro de hasta dónde podríamos llegar, y al mismo tiempo nos dice que desde ahí, y aunque parezca imposible, también podemos perdonar y alcanzar al mismo tiempo nuestra propia indulgencia.
El cambio de actitud y sentimientos lo propician las tres cartas del jefe de policía William Willoughby. De algún modo, al igual que los libros hablan entre sí, también lo hacen las películas porque el cine y la literatura hoy forman un todo, por ello a mí ambas obras, “Gran Torino” y “Tres anuncios a las afueras”, me parece que tienen una conexión, por las bellas eutanasias del jefe Willoughby y la de Walt Kovalski, por toda su incorrecta corrección, y saco la puntada para que también el mismo hilo me lleve a coser estos dos largometrajes con las dos novelas de Jonathan Franzen: “Las correcciones” y “Libertad”. Y no uno dichas novelas y películas sólo por el enclave geográfico -Gran Torino se desarrolla en Michigan- sino por ciertas sinceridades comunes sobre la América profunda que anidan en las cuatro obras.

Las tres cartas de despedida del jefe de policía definen la generosidad y lo duro que puede resultar ser un hombre bueno, ya que la bondad requiere valentía y fortaleza enormes, y sobre todo ecuanimidad para no dejarse llevar cuando es tan difícil no hacerlo. Los cierres de círculo del filme son auténticos engarces de alta joyería. Nunca olvidaré la escena en la que vemos a la madre, agachada frente a la la cervatilla que aparece de repente con su sobrenatural aspecto de reencarnación, los tres carteles rojos a la espalda de Mildred y las flores que coloca a los pies de la inexistente lápida en el luminoso entorno verde y azul que crea así el sepelio más bello, y que envuelve el amoroso monólogo que Mildred pronuncia mientras mira a la misma altura los ojos del animal deseando que sean los de su hija, el pasaje conmueve a mucha profundidad porque en él se hallan todos y cada uno de los colores de la verdadera belleza: Ben Davis, el director de fotografía, despertará la envidia y el mal de ojo porque la escena es sublime.
Tampoco se puede olvidar el cierre de círculo de confianza que el jefe de policía dibuja con muñecos de peluche alrededor de las niñas y al lado del lago donde las deja a solas para consumar la preciosa despedida que le ha preparado a su esposa sin que ella sepa que será la última vez que le verá vivo. Ni el reencuentro del chico de la agencia publicitaria con Dixon, el policía racista, corrupto y embrutecido que le propinó una paliza y le arrojó por una ventana, y ese zumo de naranja entre los dos que sorpresivamente une lo irreconciliable en la misma habitación de hospital, y es que el Karma es un poeta. Y por último el guiño que despista: cuando el público de la sala de cine ya está pensando que ¡Qué casualidad! que el violador se vaya de la lengua en el asiento contiguo al de Dixon, que ¡vaya forma chapucera de resolver el caso por lo fácil!, cuando ve que no tiene por qué ser el mismo que asesinó a la hija de Mildred, de hecho el A D N demuestra que no fue él.
La película termina con Dixon y la madre huerfana de hija en el coche, Mildred confiesa que fue la causante del incendio de la comisaría y él sin sorprenderse sonríe con las quemaduras aún visibles en el rostro, y le responde “Quien iba a ser si no” y continúan en el automóvil mientras el camino hacia el futuro se abre paso reconciliado con la vida.
Es un peliculón, o peliculaza, como prefiráis, para que el superlativo no discrimine. Y por fin parece que el cine se propone analizar el origen de la violencia para ver qué solución le damos y no se limita a regodearse en ella.
Un abrazo y hasta el próximo encuentro.
Pili Zori